Monday, March 19, 2018

En Alabanza al Cuerpo Danzante, por Silvia Federicci




La historia del cuerpo es la historia de los seres humanos, pues no hay práctica cultural alguna que no es primero aplicada al cuerpo. Aún si nos limitamos a hablar de la historia del cuerpo en el capitalismo nos enfrentamos con una tarea abrumadora, tan extensivas han sido las técnicas usadas para disciplinar al cuerpo, constantemente cambiantes, dependiendo de los giros en los régimenes de trabajo a los que nuestro cuerpo fue sujeto. Más aún, no tenemos una historia sino diferentes historias del cuerpo: el cuerpo del hombre, de la mujer, del trabajador asalariado, del esclavizado, del colonizado.



Una historia del cuerpo puede entonces reconstruirse al describir las distintas formas de represión que el capitalismo ha activado en su contra. Pero he decidido escribir en cambio del cuerpo como un campo de resistencia, ésto es el cuerpo y sus poderes; el poder de actuar, de transformarse a sí mismo y al mundo y el cuerpo como límite natural a la explotación.

Hay algo que hemos perdido en nuestra insistencia en el cuerpo como algo socialmente construido y performativo. La visión del cuerpo como una producción social (discursiva) ha escondido el hecho que nuestro cuerpo es un receptáculo de poderes, capacidades y resistencias, que han sido desarrolladas en un largo proceso de co-evolución con nuestro ambiente natural, así como también las prácticas inter-generacionales que lo han convertido en un límite natural a la explotación.



Por el cuerpo como un "límite natural" me refiero a la estructura de necesidades y deseos creados en nosotros no sólo por nuestras decisiones conscientes o prácticas colectivas, sino por millones de años de evolución natural: la necesidad de sol, del cielo azul y el verdor de los árboles, del aroma de los bosques y los océanos, la necesidad de tocar, oler, dormir, hacer el amor.

Esta estructura acumulada de necesidades y deseos, que por miles de años ha sido la condición de nuestra reproducción social, ha puesto límites a nuestra explotación y es algo que el capitalismo ha combatido incesantemente para superar.


El capitalismo no fue el primer sistema basado en la explotación de la labor humana. Pero más que cualquier otro sistema en la historia, ha tratado de crear un mundo económico donde el trabajo es el principio más esencial de acumulación. Como tal fue el primero en hacer de la regimentación y mecanización del cuerpo una premisa clave para la acumulación de riqueza. De hecho, una de las principales tareas sociales del capitalismo desde sus inicios al presente ha sido la transformación de nuestras energías y potencias corporales en potencias de trabajo. 

                                                 Tripalium
                                          ("el trabajo dignifica")


En Calibán y la Bruja, he mirado a las estrategias que el capitalismo ha empleado para lograr esta tarea y remodelar la naturaleza humana, en la misma forma en que ha tratado de remodelar la tierra para hacer el suelo más productivo y convertir a los animales en fábricas vivientes. He hablado de la batalla histórica que ha librado contra el cuerpo, contra nuestra materialidad, y las muchas instituciones que ha creado para este propósito: la ley, el látigo, la regulación de la sexualidad, así como las miriadas de prácticas sociales que han redefinido nuestra relación con el espacio, la naturaleza, y unos con otros. 

El capitalismo nació de la separación de la gente de la tierra y fue su primera tarea hacer el trabajo independiente de las estaciones y alargar la jornada laborar más allá de los límites de la resistencia. Generalmente, enfatizamos los aspectos económicos de este proceso, la dependencia económica que el capitalismo ha creado con las relaciones monetarias, y su rol en la formación del proletariado. Lo que no siempre vemos es lo que la separación de la tierra y la naturaleza ha significado para nuestro cuerpo, el cual ha sido pauperizado y despojado de los poderes que las poblaciones pre-capitalistas les atribuían.

La naturaleza ha sido un cuerpo inorgánico y hubo un tiempo cuando podíamos leer los vientos, las nubes y los cambios en las corrientes de los ríos y la mar. En las sociedades pre-capitalistas la gente pensaba que tenían el poder de volar, de tener experiencias extra-corporales, de comunicar, hablar con los animales y tomar sus poderes y aún cambiar de forma. También pensaban que podían estar en más lugares que uno y por ejemplo, que podían volver de la tumba y vengarse de sus enemigos.

No todos estos poderes eran imaginarios. El contacto diario con la naturaleza era la fuente de una gran cantidad de conocimiento reflejado en la revolución alimentaria que tuvo lugar especialmente en las Américas antes de la colonización o en la revolución de las técnicas de navegación. Sabemos ahora, por ejemplo, que las poblaciones Polinésicas solían viajar mar adentro de noche con sólo sus cuerpos como compás, pudiendo notar por las vibraciones de las olas las distintas vías para dirigir los botes a la costa. La fijación en el espacio y tiempo ha sido una de las técnicas más elementales y persistentes que el capitalismo ha usado para adueñarse del cuerpo. Vean los ataques a través de la historia a los vagabundos, migrantes, caminantes. La movilidad es una amenaza cuando no es por buscar trabajo ya que hace circular conocimientos, experiencias, luchas. En el pasado los instrumentos de restricción fueron látigos, cadenas, mutilación, esclavitud. Hoy en día, además del látigo y los centros de detención, tenemos la vigilancia electrónica y la amenaza periódica de epidemias como un medio para controlar el nomadismo.

La mecanización -convertir los cuerpos, masculinos y femeninos, en máquinas- ha sido una de las más constantes búsquedas del capitalismo. Los animales también son convertidos en máquinas, de manera que las siembras pueden doblar su producción, las gallinas pueden producir flujos ininterrumpidos de huevos, mientras que las improductivas son molidas como piedras, y los terneros no pueden ponerse de pie antes de ser traídos al matadero.

No puedo aquí evocar todas las maneras en que ha ocurrido la mecanización del cuerpo. Baste con decir que las técnicas de captura y dominación han cambiado dependiendo del régimen de trabajo dominante y las máquinas que han sido el modelo para el cuerpo.

Así encontramos que en los siglos 16 y 17 (la época de la manufactura) el cuerpo fue imaginado y disciplinado de acuerdo al modelo de máquinas simples, como la válvula y la palanca. Este fue el régimen que culminó en el Taylorismo, el estudio del tiempo-movimiento, donde cada movimiento era calculado y todas nuestras energías canalizadas a la tarea. La resistencia aquí era imaginada en la forma de la inercia, con el cuerpo visto como un animal torpe, un monstruo resistente a las órdenes.

Con el siglo 19 tenemos, en cambio, una concepción del cuerpo y las técnicas disciplinarias modeladas en base a la máquina de vapor, su productividad calculada en términos de input y output, y la eficiencia como la palabra clave. Bajo este régimen, el disciplinamiento del cuerpo era logrado a través de restricciones dietéticas y el cálculo de las calorías que un cuerpo trabajador necesita. El climax, en este contexto, fue la mesa Nazi, que especificaba cuántas calorías necesitaba cada tipo de trabajador. El enemigo aquí era la dispersión de energía, la entropía, el desperdicio, el desorden. En los estados unidos, la historia de esta nueva economía política comenzó en los 1880s, con el ataque a los saloons y el remodelado de la vida familiar con su centro en la ama de casa de tiempo completo, concebida como dispositivo anti-entrópico, siempre atenta a las llamadas, lista para restaurar la carne consumida, el cuerpo ensuciado tras el baño, el traje reparado y vuelto a romper.  

En nuestro tiempo, los modelos para el cuerpo son el computador y el código genético, diseñando un cuerpo desmaterializado, des-agregado, imaginado como un conglomerado de células y genes cada cual con su propio programa, indiferente al resto y al bien del cuerpo como un todo. Tal es la teoría del "gen egoísta", la idea, ésto es, de que el cuerpo está hecho de células individualistas y genes todos persiguiendo su programa, una metáfora perfecta de la concepción neoliberal de la vida, donde la dominación mercantil se vuelve no sólo contra la solidaridad de grupo sino contra la solidaridad dentro de nosotros mismos.

En la medida en que internalizamos esta visión, internalizamos la experiencia más profunda de alienación, mientras confrontamos no sólo una gran bestia que no obedece nuestras órdenes, sino una hueste de micro-enemigos que están plantados justo dentro de nuestro propio cuerpo, listos para atacarnos en cualquier momento. Se han construído industrias basadas en el miedo que esta concepción del cuerpo genera, poniéndonos a merced de fuerzas que no controlamos. Inevitablemente, si internalizamos esta visión, no sabemos bien a nosotros mismos. De hecho, nuestro cuerpo nos asusta, y no lo escuchamos.

No escuchamos lo que quiere, sino que nos unimos a su asalto con todas las armas que la medicina puede ofrecer: radiación, colonoscopía, mamografía, todas armas en una larga batalla contra el cuerpo, con nosotros unidos al asalto en vez de sacar nuestro cuerpo de la línea de fuego. En esta manera estamos preparados para aceptar un mundo que transforma partes-del-cuerpo en mercancías para un mercado y ve el cuerpo como un repositorio de enfermedades, el cuerpo como plaga, el cuerpo como fuente de epidemias, el cuerpo sin razón.

Nuestra lucha entonces ha de comenzar con la re-apropiación de nuestro cuerpo, la re-evaluación y re-descubrimiento de su capacidad para resistir, y la expansión y celebración de sus potencias, individuales y colectivas. 





La danza es central a esta reapropiación. En esencia, el acto de danzar es una exploración e invención de lo que un cuerpo puede hacer: sus capacidades, sus lenguajes, sus articulaciones de los esfuerzos de nuestro ser. He llegado a creer que hay una filosofía en la danza, pues la danza imita los procesos por los que nos relacionamos con el mundo, conectamos con otros cuerpos, nos transformamos a nosotros mismos y al espacio a nuestro alrededor.



De la danza aprendemos que la materia no es estúpida, no es ciega, no es mecánica, sino que tiene ritmos, tiene lenguaje, y es auto-activada y auto-organizante. Nuestros cuerpos tienen razones que necesitamos aprender, redescubrir, reinventar. Necesitamos escuchar su lenguaje como sendero a nuestra salud y sanación, así como necesitamos escuchar el lenguaje y los ritmos del mundo natural como sendero a la salud y sanación de la tierra. Dado que el poder de ser afectado y afectar, de ser movido y moverse, una capacidad que es indestructible, agotada sólo con la muerte, es constitutivo del cuerpo, hay una política inmanente residiendo en él: la capacidad de transformarse a sí mismo, otros, y cambiar el mundo.





In Praise of the Dancing Body https://godsandradicals.org/2016/08/22/in-praise-of-the-dancing-body/, texto original de Silvia Federicci para la publicación  A Beautiful Resistance: Everything We Already Are. Y luego publicado en la página Gods and Radicals, un sitio de bella resistencia https://godsandradicals.org/.
Transducción a través de Juan Verde

Duplicamos aquí la publicación del ensayo, así como la transducción y edición de imágenes como intento hacer el artículo circular en Facebook, dado que la plataforma había prohibido su difusión. 

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